Texto aparecido en El País donde se refleja el texto generado por la Coordinadora de Informática Si los trabajadores y las trabajadoras informáticos paramos, todo se para
"La precariedad y el avance del sector servicios obligan a los sindicatos a revisar su principal arma de protesta - Cobran fuerza las manifestaciones y las campañas en Internet"
MANUEL V. GÓMEZ 12/10/2010
Las primeras noticias que llegaban el pasado 29 de septiembre a Comisiones Obreras hablaban de un seguimiento masivo de la huelga general. La euforia casi se desató en la sede central del sindicato. Apenas había comenzado el paro y ya daba resultados: los camiones de recogida de basura no estaban en las calles, los trabajadores de los turnos de noche de las factorías de coches no habían acudido al tajo...
Las primeras noticias que llegaban el pasado 29 de septiembre a Comisiones Obreras hablaban de un seguimiento masivo de la huelga general. La euforia casi se desató en la sede central del sindicato. Apenas había comenzado el paro y ya daba resultados: los camiones de recogida de basura no estaban en las calles de las principales ciudades, los trabajadores de los turnos de noche de las factorías de coches no habían acudido al tajo, las grandes obras en que se trabaja las 24 horas del día habían parado... Y poco después de esto, "la prueba del algodón", como la describió un sindicalista, el consumo eléctrico había caído por debajo de lo normal a esas horas un miércoles.
Las horas fueron pasando. Salió el sol. La batalla se trasladaba a los servicios (comercio, restaurantes, nuevas tecnologías) y a la pequeña empresa. Y ahí, la huelga general ya no lo fue tanto. Se dibujó así un escenario conocido. Similar al de la última gran protesta sindical, ya hace ocho años; parecido al que se ha vivido en Francia varias veces este año: propio de una sociedad apoyada sobre los servicios (donde trabaja el 72,4% de la población española con empleo), sobre el sector donde hay una menor tradición sindical -excepto en la Administración-; propio de las nuevas formas de organización del trabajo en las últimas décadas (subcontratación, temporalidad, precariedad en definitiva) que dificultan la protesta. Ambos factores, y el resultado, obligan a pensar que los sindicatos necesitan revisar la que hasta ahora ha sido su principal arma de protesta, el tradicional derecho de huelga, y completarlo con otros instrumentos de movilización.
"Los sindicatos necesitan una reflexión profunda sobre cómo operar en esta sociedad. La huelga general ha perdido sentido por los nuevos sectores. Se ha quedado anticuada como elemento único de reivindicación", analiza el sociólogo José Juan Toharia, apoyado en las encuestas que él mismo ha elaborado para EL PAÍS, en las que resultaba que un 21% de los españoles había hecho huelga pese a que en un estudio anterior concluía que un 58% consideraba justificada la protesta contra la reforma laboral.
Que las contadas huelgas generales españolas se limiten a tener impacto en algunos sectores (excepción hecha de la de 1988, que ha condicionado al resto) no quiere decir que no tengan consecuencias. En 2002, José María Aznar retiró seis de los siete puntos de la reforma laboral que había planteado y llevó a cabo la remodelación ministerial más profunda de sus ocho años de gobierno. Y tras el 29-S, una encuesta de este diario reflejaba que el 76% de españoles quiere que Zapatero negocie con los sindicatos cambios en la reforma laboral pese a que un 65% piense que el paro fracasó.
Pero no falta quien cree que los sindicatos pueden lograr sus objetivos por otras vías. "Todo lo que se persigue con una huelga general se puede conseguir con otros derechos como el de manifestación", defiende el antiguo secretario general de Empleo con Jesús Caldera, Valeriano Gómez, que no secundó la huelga pero sí acudió a la manifestación que recorrió las calles de Madrid por la tarde. "En Italia hay una tradición similar a la española de grandes acciones y movilizaciones. Cada vez más se recurre a la manifestación y menos a la huelga. Y el termómetro del malestar se mide por la asistencia".
Francia, a primera vista, podría parecer el ejemplo contrario: cinco huelgas generales en lo que va de año contra el retraso de la edad legal de jubilación de 60 a 62 años. Pero la guerra de cifras que mantienen los sindicatos y el Gobierno francés sobre la asistencia a las manifestaciones (tres millones dicen unos; un millón contesta el otro) revela que los primeros son conscientes de lo limitado del seguimiento del paro y buscan completarlo con la ocupación simultánea y continuada de las calles de las grandes ciudades del país para cambiar las intenciones de Nicolas Sarkozy.
"La huelga es una forma de protestar entre otras. Cierto que hay sectores, como el de las nuevas tecnologías, a los que no llega, y se tiene que complementar con otras acciones. En Francia la última movilización fue un sábado en lugar de un martes para que pudiera ir la gente", reflexiona la sindicalista francesa Claire Courtaille, miembro de la dirección de la Confederación Sindical Internacional, "pero la huelga es un elemento central. Con ella tocas donde duele".
El debate en Francia está abierto. Lo que para Courtaille es un complemento que "añade presión", para Jean-Marie Pernot, es una alternativa: "Hoy las manifestaciones son un sustituto de la huelga", declaró a Le Monde el pasado septiembre el investigador del Instituto de Estudios Económicos y Sociales francés.
José María Zufiaur, antiguo miembro de la dirección de UGT y miembro del Consejo Económico y Social europeo, discrepa. "La huelga general sigue siendo fundamental", afirma contundente, "siempre tiene resultados". En su opinión, la forma de movilización tiene que adaptarse al objeto de la protesta: "Si es una cuestión que afecta a los trabajadores, a la negociación colectiva, al despido, a las pensiones -que es un salario diferido-, la base de la movilización debe llegar a los centros de trabajo y tiene que ir combinada con la movilización en la calle".
Como recuerdan Zufiaur y Rodolfo Benito, dirigente de CC OO, la huelga siempre ha ido combinada con manifestaciones. Además, este último, que como todos los consultados para este reportaje, recuerda y enfatiza la excepcionalidad de la huelga general en España, se muestra muy escéptico sobre el resultado de recurrir solo a sacar gente a la calle. "Recurrimos a otras medidas: manifestaciones, concentraciones, recogidas de firmas... se utiliza todo tipo de mecanismos. Lo que pasa es que los Gobiernos y los medios de comunicación no le prestan la misma atención. Se ningunea a los demás elementos de movilización", se queja.
Lo que sí admite Benito es que, hasta ahora, los sindicatos han utilizado poco las nuevas tecnologías. Un ejemplo es la campaña contra la gran cadena de supermercados estadounidense Wal-Mart en Facebook. Courtaille, de la CSI, cita otras vías como la presión sobre los fondos de pensión presentes en el accionariado de empresas que invertían en Myanmar, un país donde no se respetan los derechos de los trabajadores.
Desde luego, la opción de movilizarse con un click desde el sillón de casa es mucho más cómoda que la de salir a la calle o perder un día de sueldo. En los últimos años han sido muchos los ejemplos, más allá del mercado laboral. Basta recordar lo que aportaron Twitter y otras redes sociales en las protestas contra el resultado de las elecciones iraníes que llevó de cabeza al régimen de los ayatolás.
Entre los devotos de las nuevas tecnologías como elemento de movilización del movimiento obrero en el siglo XXI se encuentra el catedrático de Derecho Laboral Salvador del Rey. "Junto al derecho de huelga hay otros derechos a ejercer. Cada vez más se usa la libertad de expresión a través de la Red. Esto es menos lesivo para el trabajador. Tiene menos coste: por la huelga te quitan dinero, por emitir opiniones no", resume el también presidente del Instituto Mundial del Trabajo.
"No creo que las manifestaciones públicas o las huelgas lleguen al mismo número de gente. Cuando hablamos de un colectivo de 12 millones de personas, que se movilice a medio millón de personas, ¿es mucho o poco?", ahonda este abogado laboralista de Cuatrecasas más cercano a las tesis patronales que a las sindicales, que concluye que las nuevas herramientas de movilización no inhabilitan a la huelga pero la relativizan.
Si los trabajadores y las trabajadoras informáticos paramos, todo se para. Este es el lema que utilizó la sección de nuevas tecnologías de la Confederación General de Trabajadores (CGT) para llamar a los informáticos a la huelga del 29 de septiembre. Juan José Castillo, catedrático de Sociología del Trabajo de la Universidad Complutense de Madrid, ve más elementos innovadores, por obligación, en organizaciones sindicales como CGT, muy minoritarias y que luchan por abrirse un hueco en sectores nuevos.
Pero en lo que pone más énfasis Castillo al hablar del limitado alcance de las huelgas en la sociedad del siglo XXI es en la debilidad sindical. No le falta razón. Hay un lógico paralelismo entre las tasas de afiliación y los sectores o el tamaño de las empresas donde hubo más seguimiento del paro. No obstante, y sin dejar de lado este aspecto -un 19,9% de los asalariados están afiliados, según un estudio de CC OO-, también remarca las dificultades de los sindicatos para hacerse oír entre los obreros por la organización del trabajo en las empresas hoy. Y eso, informar, es el primer paso hacia cualquier movilización. A modo de ejemplo, hoy una empresa que genere unos 20.000 puestos de trabajo, puede en realidad tener solo unos 5.000 empleados en plantilla. "El resto, subcontratados", sentencia Castillo. A partir de ahí, encadena un discurso acerca de cómo la precarización del empleo (temporalidad, el 25% en España, y bajos sueldos) también se convierte en una rémora para las protestas.
En la misma dirección señala el catedrático de Derecho Laboral Fernando Valdés: "Los entornos no la favorecen, pero no hay sustitutos a la huelga en democracia, sea posindustrial o no. Si hay alternativa es la movilización en la calle, no hay otra. Ahora, en nuestro país hay escasa capacidad de movilización, bien es verdad que los Gobiernos se han ocupado de que sea así", zanja.
Puestos a buscar una solución, este teórico de las leyes, cercano a UGT, mira al diálogo social, "a la concertación". Zufiaur se abona a esta tesis y recuerda que la fuerza principal de las centrales reside en su nivel de afiliación, ofreciendo indirectamente la solución al impacto limitado de las huelgas. Concluye que si los sindicatos tienen el músculo necesario, las autoridades no adoptan medidas en su contra: "En los países nórdicos el conflicto está más institucionalizado. No se imponen medidas. En Suecia se negoció durante 12 años la reforma de las pensiones hasta que se acordó. La fuerza disuasoria de los sindicatos está en su afiliación, lo que les convierte en elementos no solo a tener en cuenta si no a no obviar por los Gobiernos", sentencia lapidario.
Menos tiempo que Europa para informar
Para que las protestas lleguen a la calle, es necesario poder informar a los trabajadores y que los representantes sindicales tengan tiempo de hacerlo. Y para ello, un elemento importante es el tiempo. Apoyado en la Encuesta Europea de Empresas de 2009, Comisiones Obreras concluye que apenas un 7% de los delegados dispone del tiempo necesario para llevar a cabo su trabajo sindical, frente a casi el 30% del conjunto de países de la Unión Europea.
No solo en este punto España se sitúa por detrás de sus socios. También lo hace en tasa de afiliación, el 19,9% frente al 25% de la UE. Para explicar esta diferencia, el sociólogo y director del observatorio de afiliación de la Fundación 1º de mayo, Pere J. Beneyto, apunta, entre otros factores, a los avatares que ha vivido el movimiento sindical español durante el pasado siglo al estar fuera de la ley durante las cuatro décadas de dictadura franquista.
Este profesor de la Universidad de Valencia también destaca la buena evolución de la afiliación sindical en los últimos años en España, donde el número de quienes pagan una cuota a los sindicatos ha subido de 2,7 millones a 3,1 en los últimos cinco años.
Esta evolución ha corrido paralela al aumento de delegados sindicales presentes en las empresas españolas, que el año pasado sumaban 332.121, muy lejos de los 140.000 que se contaban en 1982, según el citado estudio.