Se acerca el 8 de marzo, y con ello, nos reivindicamos una vez más en contra de las discriminaciones históricas de las mujeres trabajadoras, tales como la brecha salarial o la mayor vulnerabilidad a desigualdades de varias índoles (en contratación, promoción, estabilidad laboral, etc). Conforme la sociedad se digitaliza de forma cada vez más amplia y enraizada, estas desigualdades también se manifiestan en todos los momentos en que interactúan las personas y la tecnología, y por ende, también se reflejan en el sector laboral de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC).
Empecemos por definir el fenómeno de las desigualdades digitales sistemáticas. La brecha digital es cualquier distribución desigual en el acceso, en el uso, o en el impacto de las tecnologías digitales (ordenadores, smartphones, Internet of Things, etc) entre grupos sociales. Igualmente, las desigualdades existentes entre hombres y mujeres en el terreno de las nuevas tecnologías e Internet se conocen como la brecha digital de género, y se manifiesta no sólo en el menor número de mujeres usuarias de las TIC, sino también en la persistencia de desigualdades estructurales específicas de género que constituyen barreras para una plena inclusión. Existen varias formas de clasificar los tipos de impedimentos que constituyen la brecha digital, así que aquí los agruparemos en tres categorías.
Uno de los efectos de la brecha digital: sesgo en las tecnologias (ejemplo con Amazon Rekognition)
1. Brecha de acceso
Es también conocida como la primera brecha digital, y está relacionada con el número de personas que, las usen o no, tienen acceso a las TIC. Es una cuestión atinente a las infraestructuras tecnológicas que afecta en especial a países subdesarrollados o en vías de desarrollo, pero también, en los desarrollados, a poblaciones de zonas deprimidas, rurales o de difícil acceso.
Consecuencias en el sector TIC de la brecha de acceso
El impacto es claro: la inserción en el mercado laboral de las TIC, si no hay acceso en condiciones, es directamente imposible. Con la digitalización de los servicios públicos y privados, acelerada por la pandemia, se marginaliza del sistema a las personas con menos recursos (muchas de ellas, mujeres migrantes), vulnerando sus derechos. Una de las reivindicaciones de las zonas rurales del país es, justamente, la inversión en infraestructuras que permita igualdad de oportunidades: el mercado laboral del trabajo remoto queda fuera del alcance de sus habitantes por este motivo.
Dentro de las zonas más urbanizadas también hay desigualdades de acceso, puesto que en las zonas deprimidas también se nota la falta de infraestructuras modernas y de sistemas no obsoletos. Esto dificulta la capacidad de teletrabajar, y por lo tanto, la empleabilidad en el sector, pero también reduce la calidad de vida en general, con el consiguiente impacto en la calidad de vida laboral.
2. Brecha de uso
También llamada segunda brecha digital, son las diferencias en el uso profesional o cotidiano de las TIC (navegación por Internet para obtener información, compras en línea, etc), más limitado o nulo según los grupos demográficos. El proceso de reducirla trae consigo la alfabetización digital de la población, que consiste en formarla para usar apropiadamente la tecnología digital y las herramientas de la comunicación (por ejemplo, ayudándola a comprender las interfaces de usuario o terminología técnica).
Consecuencias en el sector TIC de la brecha de uso
Es evidente que no usar las TIC impide que la población no alfabetizada digitalmente pueda conseguir empleo en este sector, y teniendo en cuenta que cada vez más trabajos estan añadiendo su uso como requisito, buena parte de la clase trabajadora está siendo paulatinamente expulsada del mercado laboral. Las variables de uso de las TIC van aparejadas de factores como la edad y el género, con las mujeres mayores de 50 años como uno de los colectivos más vulnerables.
Cabe añadir también el bucle de retroalimentación que lleva consigo la exclusión de demografías. Si los productos tecnológicos se diseñan asumiendo una homogeneidad en sus usuarios que no tiene en consideración a todos aquellos que no sean hombres blancos, esto conduce, entre otras cosas, a mayor dificultad de uso para ciertos colectivos.
3. Brecha de impacto
Se entiende la primera brecha digital como aquella que distingue el diferente acceso al mundo digital y tiene que ver con la desigualdad de origen. Cuando nos referimos a la segunda brecha digital nos centramos en los diferentes usos que las personas hacen de las nuevas tecnologías.
Es la tercera brecha digital de género la que pone el acento en “los códigos, estereotipos, patrones y roles de género que se reproducen en la sociedad y que generan desigualdad”. Incluso en regiones con acceso bien repartido y alfabetización digital, la proporción de mujeres en tecnología no supera el 15% del total, dando lugar a un sector fuertemente masculinizado.
Consecuencias en el sector TIC de la brecha de impacto
Los fenómenos sociales responsables de la infrarrepresentación de las mujeres en el campo de la tecnología están bastante bien estudiados, con varios de ellos teniendo terminología propia.
Conforme las niñas crecen y van progresando de la escuela al instituto y la universidad, su presencia en los campos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas va decreciendo. Esto es conocido como “la tubería que gotea” (leaky pipeline), y el resultado es que, al salir del mundo educativo, los graduados ya se han dividido en carreras de hombres y de mujeres.
Una vez dentro del mundo laboral, no es raro que las mujeres no asciendan tras los primeros años. Este fenómeno es conocido como “suelo pegajoso” (sticky floor), y tiene una relación directa con la sobrecarga que sufren las mujeres con la doble jornada y la falta de conciliación por parte de los varones (de hecho, la falta de conciliación laboral es endémica en el sector TIC). Esto hace que las mujeres no puedan aumentar su formación fuera del horario laboral y tengan más dificultades para asistir a reuniones o comidas de empresa, y el resultado es que, en vez de progresar en su carrera profesional, abandonen sus puestos de trabajo o reduzcan sus jornadas.
Incluso si las mujeres consiguen mantener sus carreras, los estereotipos de género muchas veces impiden que sean consideradas para ascender (por ejemplo, por la creencia de que son menos competitivas), o si lo hacen, que normalmente sea hacia puestos menos técnicos y más enfocados a gestión (normalmente menos remunerados). Esto es conocido como el “techo de cristal” (glass ceiling) y, cuando se combina con el suelo pegajoso, deja a las mujeres en una posición muy vulnerable en tiempos de recesión.
Una de las consecuencias de esta situación combinada es un mayor desgaste psicológico para las mujeres ya empleadas en el sector TIC, que tras superar los distintos obstáculos que suponen poder trabajar en este sector se siguen viendo cuestionadas diariamente. Cuando son las propias mujeres las que se cuestionan a sí mismas hablamos del síndrome del impostor, y es un fenómeno mejor estudiado que el cuestionamiento y la sexualización externa recibidos en forma de acoso laboral.
Vista la cantidad de impedimentos descritos, no es de extrañar que la brecha digital sea tan acentuada con las mujeres. Si a esto le sumamos que el sector TIC sigue siendo considerado de los más prósperos, está claro el impacto que supone en la lucha global por la igualdad de género.